Los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra

PBRO. DR. JORGE A. PALMA

LOS ESTADOS FINALES

1- El cielo.

a) La "Vida eterna".

Los justos que son inmunes de culpa y pena de pecado viven para siempre el estado de bienaventuranza. Esto es lo que primariamente quiere significar el Símbolo Apostólico al decir "creo en la vida eterna". En la C. D. Benedictus Deus, (año 1336), Benedicto XII habla de que las almas enteramente purificadas entran en el cielo: "Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos. . . y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron. . . ; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que están purificadas después de la muerte. . . aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura".

1 Como en tantos otros temas, en el Antiguo Testamento encontramos una revelación progresiva.

En los libros más antiguos se habla solamente del sheol: lugar en el que se experimenta una vida sombría y triste, aunque la suerte de los justos sea mejor que la de los impíos. En los libros más recientes se desarrolla la idea de la retribución en el más allá.

2 En el Nuevo Testamento comprobamos que Jesús habla de vida o vida eterna multitud de veces: Mt 18,8ss. ; 19,29; 25,46; Jn 3,15ss. ; 4,14; 5,24; 6,35-59; 10,28; 12,25;17,2. San Pablo aludirá al misterio de la vida futura (1 Cor 2,9) e identificará vida eterna con la recompensa (Rom 2,7; 6,22ss. ; 8,18)

b) La bienaventuranza eterna.

Para hablar del contenido de la vida eterna de los bienaventurados, hay dos expresiones claves: "comunión" y "visión beatífica", ambas complementarias

El cielo como comunión con Dios.

"Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los 1D 530 (Cfr. LG, 49). 2Salmos: Dios liberará el alma del justo del poder del abismo y Él será su porción (herencia) por toda la eternidad (49,16; 73,25-26). Daniel: ya dice que el cuerpo resucitará para la vida eterna o eterna confusión (12,2). En el texto ya visto de 2 M, se alienta la esperanza de la vida eterna (6,26; 7,29. 36). Sabiduría: describe la felicidad de las almas de los justos, quienes descansan en las manos de Dios y viven eternamente con Él (3,1-9; 5,16ss. ).

El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha". (Cat 1024) ". . . misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo. . . ". (Cat 1027) La plena e íntima comunión con Dios es escatológica, en el sentido de que ya se comienza a vivir incoadamente por la gracia a partir de la redención obrada por Cristo, para desembocar en la consumación que es el cielo. Esta comunión ya está anunciada (y esperada) en el Antiguo Testamento. Es expresada bajo la forma de desposorios y de banquete. Dentro de la tipología amical, está el tema del "banquete mesiánico". Es sabido que, en el Antiguo Testamento, el Reino mesiánico es anunciado en muchas ocasiones como un banquete. Así, por ejemplo, en Isaías: Hará Yahvéh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados. (Is 25,6) La razón de esta metáfora está en que, en el Reino, se convivirá con el Mesías con la intimidad de la amistad; una amistad en la que se dará una comunión insospechada. El simbolismo de la cena, el banquete, procede de las costumbres orientales: una muestra de confianza era hacer sentar en la misma mesa al amigo con quien se comparten penas y alegrías.

Véase una expresivísima manifestación de esta amistad del misterioso amor de Dios cuando, abajándose como un indigente, invita al hombre a corresponder a su gracia: Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. (Apoc 3,20) Ha de ponerse este texto en relación con el del Cantar, no sólo por su paralelismo, sino también por el contexto de comunión, en este caso, de tipo nupcial: Yo dormía, pero mi corazón velaba. ¡La voz de mi amado que llama!: "¡Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, mi perfecta! Que mi cabeza está cubierta de rocío y mis bucles del relente de la noche.

" -"Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo? He lavado mis pies, ¿cómo volver a mancharlos?" Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas. Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos destilaron mirra, mirra fluida mis dedos, en el pestillo de la cerradura. Abrí a mi amado, pero mi amado se había ido de largo. El alma se me salió a su huida. Le busqué y no le hallé, le llamé, y no me respondió. (Ct 5,2-8) Con la venida de Cristo, ya empieza a darse esta comunión, pues Él ya vive entre nosotros. El banquete anunciado por los profetas alcanza su punto central en la Última Cena, momento en el que se instituye el mayor regalo de Dios a los hombre mientras peregrinamos en esta tierra: la Eucaristía, comunión intimísima ya posible y, a la vez, anticipo de otra aún más plena a partir de la Parusía:

33. . . desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre. (Mt 26,29) En Cristo ya se da el banquete mesiánico. Desde entonces la communio con Él es posible a través de los signos sacramentales; esta realidad es anticipo de su plenitud in patria:"Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres, cuando -como él mismo dice- lo vieron y lo odiaron. En la última contemplarán todos la salvación que Dios nos envía y mirarán a quien transpasaron. La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria. Este camino intermedio es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo.

Pero, para que no pienses que estas cosas que decimos sobre la venida intermedia son invención nuestra, oye al mismo Señor: El que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada. " (S. Bernardo Abad, Sermón 5, En el adviento del Señor, 1-3) Volviendo al tema del convite amical, muchas veces hablará el Señor de aquél convite futuro al que somos invitados. Ejemplo de ello es la parábola de los invitados a las bodas (Mt 22,2-10).

En todo caso, la bienaventuranza es descrita como una gran comida festiva en la que se celebra la plena comunión de los hombres con Dios en términos nupciales: Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero (. . . ) Venid, reuníos para el gran banquete de Dios. (Apoc 19,9 y 17)3El cielo como visión beatífica.

El cielo es un estado de perfecta felicidad sobrenatural que consiste esencialmente en la visión de Dios y en el amor de Dios que resulta de ella. La palabra "contemplación" sería quizás la más adecuada, ya que al decir de Santo Tomás, contemplar es "mirar con amor". "Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia la visión beatífica". (Cat 1028) El texto magisterial más importante que enseña la esencia, el contenido esencial de la bienaventuranza eterna, es la Cons. Benedictus Deus ya citada anteriormente. Según este texto, el objeto primario de la bienaventuranza en el cielo es la visión intuitiva, cara a cara, en la que la divina esencia se muestra clara y abiertamente. Esto implica el sicuti est (tal como es) y, por tanto, tiene por objeto a Dios uno y trino4. Es un acto indivisible (intuitivo), sin sucesión ni 3Cfr. Apoc 7, 9-17; 21,3-7. 4Cfr. D 693.

El Nuevo Testamento nos habla en más de una ocasión de esta visión de Dios como constitutiva de la bienaventuranza. San Pablo distingue entre el conocimiento que aquí tenemos de Dios, imperfecto, de la visión que tendremos en el cielo, inmediata, cara a cara, sin mediación alguna: Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad. (1Co 13,12-13) . . . pues caminamos en la fe y no en la visión. . . (2Co 5,7) San Juan dirá: Seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. (1Jn 3,2) San Agustín estudia detenidamente la esencia de la felicidad del cielo y dice que es la visión inmediata de Dios5. Santo Tomás sigue esta línea y habla de tres actos concatenados, que integran la felicidad celestial: De entendimiento (visio) De amor (amor, caritas) De gozo (gaudium, fruitio) Los tres constituyen unitariamente la visión beatífica. El fundamento es el primero de estos actos, al que necesariamente -mediante la integridad recuperada- siguen los otros dos. La visión inmediata de Dios es sobrenatural, es decir, exige una especial iluminación del entendimiento (lumen gloriae).

El grado de bienaventuranza en el cielo (tanto la visión, como el amor y el gozo), es desigual en los bienaventurados, según el beneplácito divino (ínsito en la vocación peculiar de cada uno, véase la parábola de los talentos) y la diversidad de sus méritos: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. (Jn 14,2) El tema del mérito es importante, y se ve en el tratado de la gracia.

Frente a la doctrina católica, Lutero sostiene que se da una estricta igualdad en la bienaventuranza, en lo que al mérito se refiere. Sin embargo, en el Nuevo Testamento leemos: Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. (Mt 16,27) Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo. (1Co 3,8) San Agustín apunta que el texto de Juan arriba citado (14,2) no se contradice con la parábola de los trabajadores contratados en la viña (Mt 20,1-6), ya que éste alude a la vida eterna para todos, mientras que aquél alude a la diversidad de grados en la recompensa. 5De civitate Dei, XXII, 29s.

Esto ha sido declarado como de fe por los concilios de Florencia y Trento. c) Las otras partes de la bienaventuranza. Aquí se trata del objeto secundario de la visión beatífica. Al darse la contemplación inmediata de Dios (objeto primario), se contemplan en Él (en tanto que creador de todo) todas las criaturas. La extensión de este conocimiento es diversa en cada bienaventurado, según el grado de su conocimiento inmediato de Dios, como hemos dicho. Santo Tomás supone que los justos ven siempre en Dios todo lo que es de importancia para sí mismos: "No hay entendimiento bienaventurado que no conozca en el Verbo todas las cosas que se le refieren.

"8Por otro lado, además, los justos gozan de múltiples bienes accidentales, que brotan de del conocimiento y amor de los bienes creados: la compañía de la humanidad de Cristo, de la Virgen, de los ángeles y santos, etc. A esto se suma, después de la resurrección, la comunión con "los nuevos cielos y la nueva tierra", y la vivencia del cuerpo glorificado.

2- El infierno

a) Existencia. Existe un estado de condenación para los ángeles y los hombres reprobados por Dios, que llamamos infierno; este estado o situación de los condenados es eterno. Esta verdad de fe ha sido enseñada desde siempre por la tradición y el magisterio eclesiástico. Desde el símbolo Quicumque (s. V), pasando por el capítulo Firmiter del Conc. Lateranense IV (año 1215), y la Cons. Ap. Benedictus Deus de Benedicto XII (año 1336), hasta el reciente Catecismo: "Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno. (Cat 1033) La Sagrada Escritura es bastante explícita. Ya en el Antiguo Testamento hay testimonios suficientemente claros: Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno. (Dn 12,2) ¡Ay de las naciones que se alzan contra mi raza! El Señor Omnipotente les dará el castigo en el día del juicio. Entregará sus 6Decreto Pro graecis, año 1439. D 693. 7Cánones sobre la justificación, año 1547. D 842. 8S. Th. III, q. 10, a. 2, c.

Ccuerpos al fuego y a los gusanos, y gemirán en dolor eternamente. (Jdt 16,17) En los Evangelios encontramos dichos de Cristo en los que utiliza una terminología familiar al Antiguo Testamento, corroborando su doctrina: Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. (Mc 9,47-48) Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. [. . . ]Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. [. . . ]E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna. (Mt 25,30. 41. 46) San Pablo y San Juan enseñarán lo mismo: . . . cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos ángeles, en medio de una llama de fuego, y tome venganza de los que no conocen a Dios y de los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús. Estos sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder. (2Ts 1,7-9) Y la humareda de su tormento se eleva por los siglos de los siglos; no hay reposo, ni de día ni de noche, para los que adoran a la Bestia y a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre. (Ap 14,11) Y el Diablo, su seductor, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. (Ap 20,10) En lo que hace a la tradición, el testimonio es unánime. En algún que otro caso (Orígenes, San Gregorio Niseno, etc. ), la eternidad de las penas es negada. El que se suele destacar es el de Orígenes, quien interpreta la "restauración de todas las cosas" de que habla Hech 3,21 (sermón de Pedro) en el sentido de la abrogación de las penas del infierno. El origen de esta postura es la teoría platónica que enseña que la finalidad de toda condena es la enmienda del castigado. San Agustín refutó a los origenistas. La verdad revelada nos leva a suponer que la voluntad de los condenados está obstinada inconmoviblemente en el mal, por lo que no es posible verdadera penitencia. No hay que olvidar que tanto la penitencia como la conversión implican un don, una gracia, que a los condenados les es negada.

b) Las penas del infierno. La "pena de daño". 9Cfr. S. Th. I-II, q. 85, a. 2 ad 3; Suppl. 98, 2, 5 y 6.

Se trata aquí de la pena esencial del infierno que consiste en la exclusión total y perpetua de la comunión con Dios y de todos los bienes celestiales. Así se expresa el Catecismo: "La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira". (Cat 1035) La privación de la visión beatífica tiene como consecuencia la desesperación. Aunque según la opinión común esta pena corresponde al apartamiento voluntario que tiene lugar por parte del condenado a raíz del pecado mortal, en esta vida, en el Evangelio está expresada en forma de sentencia: No os conozco. . . y Apartaos de mí, malditos (Mt 25,12 y 41) También es sentencia común que la pena de cada uno de los condenados es diversa según el grado de sus culpas. Tanto el Conc. De Lyon como el de Florencia dicen penis tamen disparibus puniendas (castigadas por penas dispares); algunos restringen esta frase a la diferencia específica entre el castigo de sólo el pecado original y el de los pecados personales. Por su parte, San Agustín enseña que "la desdicha será más soportable a unos condenados que a otros". La razón se fundaría en la justicia, la cual exige que la magnitud del castigo se corresponda con la gravedad de la culpa. La "pena de sentido".

La distinción de dos elementos en el suplicio del infierno entre pena de daño y pena de sentido tiene su origen en la escolástica. Así como el origen de la privación de la vista de Dios tiene su origen en el apartamiento (aversio) de Dios que se da en el pecador, la pena de daño tiene su origen en su conversio ad creaturas (conversión a las criaturas). Se la llama también algunas veces "pena positiva", en contraste con la "pena privativa" y consiste, según la escolástica en tormentos sensibles. Como en la Sagrada Escritura se habla muchas veces del "fuego", la mayor parte de los Padres y los escolásticos, junto con algunos teólogos modernos entienden que la pena de sentido es causada por un agente material o físico, aunque insisten en que su naturaleza es distinta a la del fuego actual. San Agustín, San Gregorio Magno y Santo Tomás hablan incluso de una acción del fuego físico sobre seres puramente espirituales, como una forma de sujeción de los espíritus a la materia. Por parte de la Tradición, sin embargo, el fuego es entendido en sentido metafórico (Orígenes, San Gregorio Niseno, etc. ). También lo entienden así algunos teólogos modernos como Möhler. El fuego expresaría metafóricamente los dolores puramente espirituales, especialmente el remordimiento de la conciencia.




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