La Patria Celestial

Estamos de paso en esta vida, pues nuestro destino es el cielo. La realidad de la muerte nos sigue desconcertando, sin embargo. Porque hay en nosotros un deseo de vivir, de eternizarnos. A muchas personas les angustia la muerte, pues creen que con ello todo se acaba; es comprensible que la muerte y hasta la misma vida les resulte absurda. Sólo desde la fe podemos dar una respuesta a este misterio. Y es que "en la vida y en la muerte somos del Señor". El que nos creó es un Dios de vivos y quiere que todos los hombres vivan y encuentren la plenitud de la vida, por eso exclama San Agustín: "nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti".

El salmo 24 canta la bondad, misericordia y ternura de Dios. Es bueno esperar en el Señor, Él está de nuestra parte, a favor nuestro. El propio Jesucristo entregó su vida por nosotros en la cruz. El sufrió como nadie el tormento y en un momento de ofuscación por el dolor, llegó a pensar que Dios le había abandonado. Misterio de dolor y de entrega… el mismo Dios con su anonadamiento da sentido a nuestro sufrimiento. Si todo se hubiera quedado en la cruz sería un tremendo fracaso, pero Él resucitó venciendo a la muerte y dando sentido a la vida. ¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No hemos madurado bien nuestra fe si creemos que allá en el cementerio siguen estando nuestros seres queridos. Estará su recuerdo, sí, pero ellos no están, porque han sido llamados a vivir una Vida (con mayúsculas) en plenitud. Líbreme Dios de criticar el dolor de la separación de los seres queridos. Está muy bien recordarles, sobre todo cuando muchos de ellos nos han dado tantos ejemplos de bondad y de entrega, pero recordemos que ellos están viviendo en otra dimensión. No sabemos en qué consistirá la vida eterna, hay quien ha dicho que consistirá en contemplar eternamente el rostro de Dios en la línea del libro de Job, que se consuela en la tribulación pensando que verá a Dios con sus propios ojos.

¿Qué hacer entonces? Vivir esta vida como un regalo de Dios. Pensemos que la mejor manera de ser feliz en hacer felices a los demás. Practiquemos la justicia y hagamos el bien, pero no para ganar una parcela en el cielo sino por amor a Dios. En nuestro mundo se intenta ignorar la realidad de la muerte, se aleja a los moribundos de las casas y se los traslada a los sanatorios, se evitar hablar de la muerte. Sin embargo, la hermana muerte llegará y lo importante es que ese día estemos satisfechos de haber hecho lo suficiente, aprovechando los dones y talentos que el Señor nos ha concedido. Se muere como se vive; si en nuestra vida hay amor, la muerte será un simple paso, una puerta que se abre a una vida sin fin. Jesús es la resurrección y la vida y quien cree en Él no morirá para siempre, sino que vivirá para siempre.



Muerte-Juicio y luego:

Cielo, Purgatorio o Infierno

Los fieles difuntos son aquellas personas que nos han precedido en el paso a la eternidad y que aún no han llegado a la presencia de Dios en el Cielo.

Son almas que han sido fieles a Dios, pero que se encuentran en estado de "purificación" en el Purgatorio, en el cual están como "inactivos", es decir, ya no pueden "merecer" por ellos mismos. Por esta razón, es costumbre en la Iglesia Católica orar por nuestros difuntos y ofrecer Misas por ellos, como forma de aliviarles el sufrimiento de su necesaria purificación antes de pasar al Cielo (CIC. 1031-32 y 2Mac. 12,46).

El recuerdo de nuestros seres queridos ya fallecidos nos invita también a reflexionar sobre lo que sucede después de la muerte; es decir, Juicio: Cielo, Purgatorio o Infierno.

Primero hay que recordar que la muerte es el más importante momento de la vida del hombre: es precisamente el paso de esta vida temporal y finita a la vida eterna y definitiva. También hay que pensar que la muerte no es un momento desagradable, sino un paso a una vida distinta. Bien dice el Prefacio de Difuntos: "la vida no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna". Por lo tanto, la muerte es un paso al que no hay que temer.

Sabemos que fuimos creados para a eternidad, que nuestra vida sobre la tierra es pasajera y que Dios nos creó para que, conociéndolo, amándolo y sirviéndolo en esta vida, gozáramos de Él, de su presencia y de su amor infinito en el Cielo, para toda la eternidad… para siempre, siempre, siempre…

De las opciones que tenemos para después de la muerte, el Purgatorio es la única que no es eterna. Las almas que llegan al Purgatorio están ya salvadas, permanecen allí el tiempo necesario para ser purificadas totalmente. La única opción posterior que tienen es la felicidad eterna en el Cielo. Sin embargo, la purificación en el Purgatorio es "dolorosa". La Biblia nos habla también de "fuego" al referirse a esta etapa de purificación. "La obra de cada uno vendrá a descubrirse. El día del Juicio la dará a conocer… El fuego probará la obra de cada cual… se salvará, pero como quien pasa por fuego". Y nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "Los que mueren en la gracia y amistad con Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo".

La purificación es necesaria para prepararnos a la "Visión Beatífica", a fin de poder ver a Dios "cara a cara". Sin embargo, el paso por la purificación del Purgatorio ha sido obviado por algunos. Todos los santos -los canonizados y los anónimos- son ejemplos de esta posibilidad.

¡Es posible llegar al Cielo directamente! Y, además, es deseable obviar el Purgatorio, ya que no es un estado agradable, sino más bien de sufrimiento y dolor, que puede ser corto, pero que puede ser también muy largo. Por eso es aconsejable aprovechar las posibilidades de purificación que se nos presentarán a lo largo de nuestra vida terrena, pues el sufrimiento tiene valor redentor y efecto de purificación. Al respecto nos dice San Pedro, el primer Papa.

"Dios nos concedió una herencia que nos está reservada en los Cielos… Por esto deben estar alegres, aunque por un tiempo quizá sea necesario sufrir varias pruebas. Su fe saldrá de ahí probada, como el oro que pasa por el fuego… hasta el día de la Revelación de Cristo Jesús, en que alcanzarán la meta de su fe: la salvación de sus almas".




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